Legado

(1934) Cosmic Forces of Mu

(1935) Second Book of Cosmic Forces of Mu

James Churchward

EL CONTINENTE PERDIDO DE MU

El Jardín del Edén no estaba en Asia, sino en un continente que ahora yace sumergido en el Océano Pacífico. El origen del relato bíblico de la creación —la epopeya de siete días y siete noches— no son los pueblos del Nilo ni los del Valle del Eufrates, sino este continente, ahora sumergido: Mu, la tierra natal del hombre.

Estas afirmaciones pueden probarse con las complejas inscripciones que descubrí en la India, en unas placas sagradas, largo tiempo olvidadas, y en registros de otros países. Hablan de este extraño país de 64,000,000 de habitantes que hace 50,000 años había desarrollado una civilización superior a la nuestra en muchos aspectos. Entre otras cosas, estas placas describen la creación del hombre en la misteriosa tierra de Mu.

Al comparar estos escritos con los registros de otras civilizaciones antiguas, tal como se han revelado en documentos escritos, con ruinas prehistóricas y con fenómenos geológicos, encontré que todos estos centros de civilización habían tomado su cultura de una fuente común: Mu.

Por consiguiente, podemos estar seguros de que el relato bíblico de la creación, tal como lo conocemos en la actualidad, brotó del impresionante relato encontrado en esas antiguas placas que relatan la historia de Mu; una historia con 500 siglos de antigüedad.

La forma en que este relato original de la creación salió a la luz constituye una historia que nos lleva más de cincuenta años atrás.

Era una época de hambruna en la India. Yo estaba ayudando al sumo sacerdote de un templo colegial en su trabajo de beneficencia. Aunque al principio yo no lo sabía, él tenía un gran interés en la arqueología y en los escritos de los antiguos, y sabía más sobre esos temas que ningún otro ser viviente.

Cuando un día vio que yo estaba tratando de descifrar un bajorrelieve muy peculiar, se interesó en mi y esto fue el principio de una de las amistades más sinceras que he tenido jamás. Me enseñó a descifrar estas inscripciones tan peculiares y ofreció darme unas lecciones que me capacitarían para realizar tareas aun más difíciles.

Durante más de dos años estudié diligentemente una lengua muerta que según mi amigo, el sacerdote, era el lenguaje original de la humanidad. Me dijo que sólo otros dos sumos sacerdotes de la India lo entendían. Lo que representó una gran dificultad fue el hecho de que muchas de las inscripciones que al parecer eran sencillas tenían mensajes ocultos diseñados por los Sagrados Hermanos, los Naacals, una hermandad de sacerdotes que fueron enviados de la Tierra Natal a las colonias a enseñar sagradas escrituras, religión y ciencias.

Un día en que mi amigo estaba de vena para charlar, me dijo que había cierto número de placas antiguas rotas en los archivos secretos del templo. Él no sabía qué contenían, ya que sólo había visto los contenedores en que estaban guardadas. Aunque su posición le daba derecho a examinarlas, nunca lo había hecho, ya que eran escritos sagrados que no debían tocarse.

Al hablar de estos escritos sagrados, añadió algo que despertó mi curiosidad al máximo. Ya había mencionado la legendaria Tierra Natal del hombre, la tierra misteriosa de Mu. Ahora me sorprendió al admitir que se creía que estas valiosas placas habían sido escritas por los Naacals, ya sea en Birmania o en la tierra desaparecida en sí. Cuando supe que estos escritos sólo eran fragmentos de una vasta colección que se había tomado de una de las siete ciudades Rishi (sagradas) de la India, estaba ansioso de verlos. Se creía que la mayor parte de estos fragmentos se habían perdido. No obstante, todavía me quedaba esta oportunidad de ver lo que pudiera de estos escritos de la antigüedad que yacían cubiertos de polvo en las tinieblas.

Día tras día, traté de descubrir un método para tener acceso a estos tesoros ocultos, pero mi amigo, a pesar de ser sumamente cortés, seguía negándose a dejarme velos.

«Hijo mío», me decía con un dejo de tristeza en la voz, » quisiera satisfacer tu deseo, pero no puede ser. Son reliquias sagradas que no deben sacarse de donde están. No me atrevo a acceder a tu deseo».

«Pero piense en esto: tal vez no están bien guardadas en sus cajas y podrían romperse y hacerse añicos dentro de ellas», insistía yo. «Al menos deberíamos examinarlas para ver si están seguras».

Pero este argumento no sirvió de nada.

Pasaron seis meses. Mi curiosidad o ansiedad respecto a la condición en que estarían estas placas venció a mi amigo, y una noche tuve ante mis ojos dos placas antiguas; estaban frente al sacerdote quien las había colocado en la mesa, sobre una tela.

Examiné con curiosidad estas placas que habían estado ocultas por tanto tiempo. Al parecer eran de barro secado al sol y tenían una gran cantidad de polvo. Las limpié con extremo cuidado y luego me puse a trabajar para descifrar los caracteres que estaban en la misma lengua muerta que había yo estado estudiando con mi amigo.

La fortuna me acompañó esa noche, ya que estas dos inapreciables placas de barro revelaban hechos tan importantes que ambos comprendimos que teníamos ante nuestros ojos registros genuinos de Mu. Sin embargo, el relato se interrumpió en forma abrupta en el punto más interesante, al final de la segunda placa. Ni siquiera el sumo sacerdote pudo contener su curiosidad de ver lo que seguía.

«Es imposible que nos quedemos aquí, hijo mío», dijo. «Sacaré las siguientes placas mañana mismo».

Por fortuna, las siguientes placas que sacó no pertenecían a la misma serie y se relacionaban con un tema totalmente distinto, de modo que para encontrar las placas en que continuaba el relato original, fue necesario sacarlas todas. Estuvo bien, ya que muchas de ellas estaban mal empacadas y se habían roto. Las restauramos con cemento y después las volví a guardar. Envolví cada placa en papel de china y algodón.

» Hijo mío», dijo el sumo sacerdote,» Creo que a través de tu voz se me comunicó una advertencia sagrada para que protegiera estas reliquias».

Después de eso, siguieron meses de intensa concentración para traducir las placas, pero la recompensa valió la pena. Los escritos describían en detalle la creación de la tierra y del hombre, y el lugar donde apareció por primera vez: Mu.

Al darme cuenta de que había sacado a la luz secretos de enorme importancia para dilucidar el eterno problema del Hombre, busqué el resto de las placas perdidas, pero no tuve éxito. Llevé cartas de presentación a los sumos sacerdotes de templos de toda la India, pero siempre me recibieron con frialdad y con sospechas.

«No he visto ninguna placa de ese tipo», me decían, y sin duda era verdad. Es probable que, como mi amigo, sólo hubieran visto los contenedores en que estaban guardadas.

Cuando llegué a Birmania, visité el antiguo templo budista en mi búsqueda de registros perdidos.

«¿De dónde viene usted?» me preguntó el sumo sacer-dote, con una velada actitud de sospecha.

«De la India», respondí.

«Entonces, regrese a la India y pídale a los ladrones que nos las robaron que se las muestren». Y escupiendo en el piso a mis pies, se dio la vuelta y se alejó.

Estos rechazos me desanimaron un poco, pero ya había encontrado información tan valiosa en las placas que había examinado, que estaba decidido a estudiar los escritos de todas las civilizaciones antiguas y comparar-los con las leyendas de Mu.

Lo hice y encontré que las civilizaciones de los primeros griegos, caldeos, babilonios, persas, egipcios e hindúes, tenían como precedente la civilización de Mu.

Continuando con mis investigaciones, descubrí que este continente perdido se había extendido desde una zona cercana al norte de Hawai hacia el sur, hasta las Islas Fiji y la Isla de Pascua, y que era, sin duda, el hábitat original del hombre. Aprendí que en este hermoso país había vivido un pueblo que había colonizado la tierra, y que esta tierra de abundancia había sido destruida por tremendos terremotos que la habían sumergido hacía 12,000 años, y la habían hecho desaparecer en una vorágine de fuego y agua.

También encontré un relato original de la creación del mundo. El continente de Mu es el lugar en que el hombre existió por primera vez.

Le seguí el rastro a este relato de Mu hasta la India, donde se habían establecido los colonizadores del continente desaparecido. Seguí este rastro de India a Egipto, de Egipto al templo de Sanai, donde Moisés lo copió; y de Moisés a las malas traducciones de Ezra unos 800 años después. Incluso para quienes no han estudiado el tema con cuidado, la posibilidad de que esto ocurriera se vuelve obvia, en cuanto se ve el gran parecido que existe entre el relato de la creación que ahora conocemos y la tradición que se originó en Mu.

Diseña un sitio como este con WordPress.com
Comenzar